
Por esta razón, junto a la voluntad de evolucionar también se despierta una emoción defensiva, el miedo: a tocar temas dolorosos, a no conseguirlo, a “desmontarnos”, miedo al cambio… y este miedo, muchas veces inconsciente al principio, hace que a veces nos resistamos a descubrir otra forma de vivir y de vivirnos.
En nuestro interior, por lo tanto, hay dos partes enfrentadas: una que desea el cambio y se esfuerza por avanzar, y la otra que se resiste y pone impedimentos para evitar nuestro progreso. Las resistencias son la expresión de esta segunda parte, son los obstáculos y mecanismos que inconscientemente creamos para boicotear nuestro propio avance, para sabotear nuestro crecimiento.
Suelo decir que estas resistencias aparecen porque “el dragón se defiende”, en el sentido que nuestra parte neurótica (también llamado “ego” en Gestalt) y que está formada por nuestras conductas, creencias y reacciones menos sanas, está luchando por sobrevivir, por que las cosas sigan como hasta ahora.
Cuando reconocemos esa resistencia en nosotros mismos, a veces nos preguntemos qué pasará si hago algo diferente: “¿qué pasará si empiezo a decir que no?” “¿qué pasará si empiezo a mostrarme vulnerable?” “¿qué seré yo si dejo de victimizarme?”.
A veces el miedo al cambio es tan grande, que inconscientemente no queremos cambiar. Otras veces la conducta neurótica nos aporta demasiados “beneficios” como para dejarla ir…
Algunas resistencias se ponen de manifiesto de manera sutil (rechazando trabajos propuestos por el terapeuta, trivializando, evitando entrar en emociones o temas determinados, etc) y otras de forma más evidente y clara, pero todas con una misma finalidad: la evitación de algo que es percibido como doloroso.
El dragón, pues, se defiende del cambio, de lo que resulta difícil admitir, de lo que le debilita y a veces también del/la terapeuta, quien le confronta y muestra su verdadero aspecto.
Las resistencias también toman la forma de justificaciones y excusas, tanto para evitar empezar una terapia como para abandonar la ya iniciada. Algunas de las más frecuentes:
“No me hace falta”
La razón que nos llevó a plantearnos iniciar el proceso queda camuflada bajo pretextos de tipo “no hay para tanto”, “no estoy tan mal”, “yo soy así”, “en realidad no me hace falta…”
“No tengo tiempo”
Aunque es cierto que el día a día nos empuja a llevar un ritmo muy elevado, la falta de tiempo suele ser una vía de escape muy frecuente. No “encontrar” tan sólo una hora semanal o quincenal para nuestro proceso terapéutico es una manera clara de escaparnos de nosotros mismos.
“El terapeuta no es el adecuado”
Aunque puede darse en alguna ocasión que la relación terapeuta-cliente no sea lo suficientemente fluida, hay personas que usan este argumento para desautorizar inconscientemente al terapeuta. Si voy en busca del “terapeuta perfecto”, me aseguro de no encontrar ninguno que me convenza y así puedo justificar mi incapacidad de comprometerme o de enfrentarme conmigo mismo.
Llegar tarde o no acudir a la sesión
Sí, a veces se puede averiar el metro o nos podemos poner enfermos, pero si llegamos con retraso u “olvidamos” nuestras sesiones de manera frecuente, es signo de que nos encontramos ante una resistencia.
“No me está sirviendo”
Todo cambio importante requiere un proceso, pero algunos pretenden modificar conductas de toda una vida en unos pocos meses. Si el proceso se abandona antes de finalizar, quedarán elementos pendientes de trabajar y cerrar. La creencia de que no está sirviendo o de que es demasiado lenta, puede ser una resistencia creada por la impaciencia, el miedo o unas expectativas irreales.
“Ya estoy bien”
Muchas veces, cuando el síntoma que nos lleva a terapia mejora, creemos que el proceso ha terminado y que no tiene sentido continuar el trabajo.
Una persona es un todo, por lo que una terapia seria es un proceso que abarca otras cosas además de los síntomas que han mejorado y que no se completa hasta que no se revisan, trabajan e integran una serie de elementos importantes como pueden ser creencias, emociones, relaciones personales, padres, experiencias vitales, etc…
No obstante, no hay que pensar que estos mecanismos bloquean por completo el proceso, sino que a pesar de ellos el trabajo terapéutico da sus frutos.
En terapia, respetamos y trabajamos con las resistencias de nuestros clientes como reacciones defensivas que son. Al detectarlas, las mostramos en el momento adecuado para ayudar en la toma de conciencia de dicho auto-sabotaje.
Las resistencias, por lo tanto, son la expresión de los mecanismos defensivos que mantenemos en la vida y a pesar de su intención boicoteadora, si se encauzan correctamente se convierten en grandes aliadas que nos abren nuevas oportunidades en nuestro crecimiento. Si nos damos cuenta de cómo nos resistimos a nuestro propio crecimiento, podemos aprender a utilizar esos impulsos a nuestro favor, y a elegir cuando es más sano utilizarlos para protegernos, o abrirnos a ciertos procesos y experiencias en la vida.
¿Te gustaría leer más sobre cómo la terapia Gestalt trabaja con las resistencias?
Si has llegado hasta aquí, esto te interesa
Igual aquí hay algo para ti:
- Happycracia: Cómo la ciencia y la industria de la felicidad controlan nuestras vidas (Edgar Cabanas)
- Tus zonas erróneas (Wayne W. Dyer)
- El arte de NO amargarse la vida (Rafael Santandreu)
Para saber más sobre lo que hago, visita www.luismiguelreal.es