
El tabú de ir al psicólogo
Hace años, admitir públicamente que “vamos al psicólogo” solía producir vergüenza y rechazo, con frases de condenación asaltando nuestras cabezas:
- Van a pensar que estoy loco
- Pensarán que tengo problemas graves
- Van a matarme a pastillas
- Contarle mis problemas a un desconocido… no me va a entender
- Va a juzgarme, va a decirme lo mala persona que soy
- Seguro que es un vendehumos, un chamán
- Ets, etc, etc
Pero eso era hace años. A día de hoy, el hecho de acudir al psicólogo ya no es un tabú, y se está haciendo más y más popular con el paso de los años. Lo que antes era visto como un símbolo de estigma social y de rechazo, ahora es más visto ( sobre todo por los más jóvenes) como un signo de salud y como una fortaleza. El poner tiempo y atención en “cuidarnos”, al igual que ir al médico de cabecera a hacer un chequeo, o salir a correr por las tardes.
“No hay que estar mal, ni siquiera muy mal, para acudir a un psicólogo”.
Josep Vilajoana, Consejo General de la Psicología de España
¿Para qué va la gente al psicólogo?
Los motivos de consulta más extendidos suelen ser síntomas de depresión, ansiedad, estrés, baja autoestima, mejorar habilidades sociales o la inteligencia emocional, o trabajar en hábitos poco saludables como ciertas adicciones.
Se está convirtiendo en un hábito cada vez más extendido. Una de las mayores ventajas de acudir a la consulta del psicólogo, es la alianza terapéutica que se crea entre el profesional y la persona que busca aumentar el bienestar en su vida: ambos trabajan juntos para alcanzar los objetivos propuestos por la persona.
Tampoco es la misma relación que se establece con un médico, en que el profesional le dice al paciente qué ha de hacer, o qué medidas tomar, desde su posición de experto. Este rol de experto se mantiene en el campo de la psicología y la psicoterapia, pero con muchísimo más espacio para que el paciente pueda utilizar sus propios recursos y fortalezas para mejorar su calidad de vida, con apoyo y supervisión del psicólogo.
La Sanidad pública sólo atiende a los casos más graves -con una ratio de 5,71 psicólogos clínicos por cada 100.000 habitantes frente a los 10,7 de Francia, los 12,1 de Grecia o, bendita filosofía nórdica, los 56,9 de Finlandia-. Y las consultas privadas oscilan entre los 50 y 100 euros por sesión. Se abre el debate, pues, de si nos encontramos ante un bien de lujo.
Indicador de salud
Dicen los estudios que a las mujeres les es más fácil pedir ayuda psicológica, que a los hombres. Es cosa de los estereotipos de género, parece ser.
Entre las mujeres, está más tolerado o permitido el cuidarse en el ámbito emocional (o incluso admitir que existe un ámbito emocional…). A los hombres parece que aún nos cuesta más admitir o verbalizar “no sé cómo gestionar ésto: necesito ayuda”.
Y es que en ese momento de insight, en que la persona se da cuenta de que existe un problema y de que no sabe qué hacer o cómo solucionarlo. Es en ese momento en que admitimos no saber algo en que creamos un contexto en el cual podemos hacer algo al respecto.
En este momento, la persona toma la decisión de llevar a cabo una acción nueva, algo diferente que le de la vuelta a la situación: acudir a un profesional, pedir ayuda. Decidir dedicar tiempo para mejorar nuestra calidad de vida.
“Si estás notando que algo no está marchando bien, no hay tiempo que perder para ponerte a trabajar en ello; es hora de buscar soluciones y aprovechar la ayuda que los profesionales te ofrecen, ya que no hay que olvidar que al fin y al cabo, el sentimiento de bienestar en nuestras vidas va a depender tanto de factores externos e incontrolables, como de nosotros mismos y de nuestra actitud, así que… ¿A qué esperas para construir tu propia felicidad?”
En conclusión: ir al psicólogo ya no es razón para avergonzarse, sino de todo lo contrario.
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